El ‘lector modelo’ es
quizá uno de los conceptos que mayor resistencia han provocado en los teóricos
literarios respecto al proceso de lectura y al de creación literaria. La sola
idea de que exista alguien capaz de poseer todos los mecanismos lingüísticos y
‘circunstanciales’ de distintas obras es alucinante, más aún si pensamos en que
para comprender a los clásicos debemos movernos interpretativamente como generativamente
lo hicieron Cervantes, Shakespeare o Goethe. Sin embargo este pretencioso (ambicioso) enfoque merece un alto grado de
profundización. Puesto que su crítica, que con avidez realizaron Barthes y
Krtisteva, nos conduce a una nueva perspectiva de la lectura, en especial su función en relación con la ‘literariedad’,
a la esencia de la literatura.
La
teoría de Umberto Eco puede discernirse, para su análisis, en tres elementos:
texto, lector, autor.
El
texto es un ‘mecanismo perezoso’ que requiere de la cooperación del lector para
significar. Esto lo hace a partir de espacios en blanco que rellenará el
lector. Pese a su carácter infinito de interpretación, cuenta con un margen de
significado univoco. Aunque ese significado, o potencial de significado depende
del lector. Se emite para que alguien pueda actualizarlo, a pesar de su ambigüedad
de expresión y contenido.
Por
otro lado, el lector es un ser con una cierta (ideal) competencia lingüística y
circunstancial (pragmática y semiótica) que ‘descodifica el texto’. Aunque éste
cuente con códigos privados y puntos de vista ideológicos propios. Es decir,
una persona real. Y aunque aquella ‘descodificación’ sea instituida por el
autor o emisor.
Un
aspecto muy interesante, según Eco, es que el lector incompetente, o ‘enciclopédicamente
pobre’ quedará atrapado en la incertidumbre, es decir que no resolverá los crímenes
en las novelas policiacas, ni comprenderá el humor negro. Las (institucionalmente)
incorrectas interpretaciones son de ese modo, en palabras de Eco,
presuposiciones aberrantes. Cualquier nuevo análisis supondrá una desviación de
la norma.
El
autor, que en Eco goza de una férrea autoridad y poder, puede describirse como un
ser, que al igual que el lector, posee una ideología[1] propia y es quien instituye la competencia del
lector modelo. Es el ente que restringe el texto y presupone un lector modelo para quien
escribe con la manía de un estratega.
La
presuposición del autor, si bien ha sido superada, puede ejemplificarse en
textos con el valor literario que Kundera reconoce como un reto a la
inteligencia (aunque no bajo la totalidad que le asigna Eco).
La
clasificación que sugiere Eco de los textos es también de gran importancia:
abiertos y cerrados.
Los
textos cerrados son textos dirigidos, con un margen cerrado de significación. Se
empeñan en se comprendidos y apuntan “…a estimular un efecto preciso “(Eco, 1993:
82). Esto ejemplifica una de las ‘aberraciones’ de Eco, quien, a pesar de
reconocer la distorsión de sentido en la literatura, presupone su valor
estético, y más aún presupone la distorsión en la interpretación.
Para
Eco, sólo una iniciativa externa puede violar el grado de significación del texto,
como las interpretaciones que se han realizado de las novelas de Kafka y su
vinculación a los totalitarismos y a las burocracias. Ello porque no existe una
lectura oficial de El Castillo.
La
‘cooperación textual´ que según Eco constituye el fin de un texto, sin importar
su ambigüedad y barroquismo, sólo se da en los textos cerrados, de otra forma
es una violencia al texto, o mejor dicho transgresión.
Los
textos abiertos, por el contrario, admiten innumerables lecturas y sugieren desviaciones.
Son textos con un carácter mayor de significación. Son ocasiones de una ‘aventura interpretativa
libre’, como si la lectura no ofreciera libertad. El autor de un texto abierto
sólo buscará que las posibles interpretaciones no se excluyan sino que se complementen
entre sí. Cuestión que acaba con el carácter infinito de interpretación y que sigue
presuponiendo una autoridad firme del autor respecto al horizonte de
expectativas del lector.
Los
textos que sin duda alguna Eco definiría
como abiertos serían los cuentos de Borges y Cortázar, 1982 y Un mundo feliz,
aunque su teoría con seguridad sería ‘incompetente’ frente a un cuento como Casa tomada, que cuenta con múltiples
interpretaciones sin que alguna pueda satisfacer por completo al lector, es
decir, sin alguna oficial o institucional
Mientras
que un excelente ejemplo de texto cerrado es un best seller, al estilo de Crepúsculo,
Los juegos del hambre, Ghostgirl o alguna novela de Paulo Coelho. Donde el
grado de significación es casi univoco. Porque incluso en aquellos textos, a
pesar de la sorpresa de muchos bibliófilos, existen otras interpretaciones,
como el paradigma del matrimonio expuesto en Crespúsculo.
Los
best sellers nombrados son textos
cerrados no por sus características particulares, sino por su facilidad de
lectura, por su falta de correspondencia y comunicación con la tradición literaria,
así como por la simpleza de su lenguaje. Asimismo, por su falta de ambigüedad, no están siquiera cerca de convertirse en un
reto intelectual.
En
fin, el valor de la lectura es sobresaliente en Eco, aunque no lo sea la
función del autor. Su perspectiva de la necesidad de correspondencia sería casi
satisfactoria si el texto pudiera responder a nuestras preguntas. No obstante,
debe suponerse la muerte del autor, así como valorarse que el acto de leer es
apoyarse sobre una tumba. La transgresión del autor nos permite valorar en
mayor medida la obra. Y esto, una violación para Eco, genera obras clásicas.
La
relectura obtendrá grandes beneficios de las ‘presuposiciones’ de Eco y su ‘lector
modelo’. Por ello nos hemos detenido en gran parte de su teoría.
[1] Ideología
de acuerdo a la tradicional e insuficiente definición
Referencias
Eco, Umberto. (1993) Lector in Fabula. Barcelona: Lumen.
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